¿Composite o porcelana?

Existe una duda al respecto bastante generalizada: ¿carillas de composite o de porcelana? Es cierto que las carillas de composite tienen una vida media inferior a las de porcelana (mientras que las primeras duran entre 5 y 10 años, las segundas varían entre los 15 y los 20), ya que con el tiempo, pierden su brillo y pueden pigmentarse si no se lleva a cabo una correcta higiene bucal o se tienen hábitos poco recomendables (el tabaco o bebidas como el café o los refrescos de cola amarillean los dientes). Esto no sucede con las carillas de porcelana debido al material del que están hechas. No obstante, cabe la posibilidad de alargar al máximo la efectividad de las carillas de composite mediante revisiones periódicas y una limpieza de mantenimiento al año. Además, una vez transcurridos estos 5 ó 10 años se puede a cabo una regeneración de las carillas, proceso que no requiere una sustitución total de la lámina sino sólo de la capa superficial.

En cuanto a su resistencia, cabe decir que tanto las carillas de composite como las de porcelana no deberían despegarse si la colocación se ha llevado acabo con éxito. La rotura tampoco suele ser habitual en ninguno de los dos casos. Si esto ocurriese, la reparación de las láminas de composite sería más fácil, pues en ocasiones, basta con rellenar la zona fracturada. Por el contrario, con las carillas de porcelana, habría que repetirse el proceso desde el principio.

Las carillas de porcelana provocan una mayor exigencia al dentista, tanto en su preparación como en su manipulación y cementado. De hecho, no todos conocen la técnica de colocación de las mismas.

Basta con una sola sesión para llevar a cabo la colocación de las carillas de composite. Sin embargo, las de porcelana precisan de una primera sesión de preparación y una segunda de colocación. Ambas técnicas necesitarían una sesión previa en caso de que el paciente mostrara problemas de salud bucal.

Una diferencia bastante importante para algunos pacientes es su coste. Las carillas de composite cuestan 150 euros, mientras que las de porcelana varían entre los 500 y los 700, pudiendo llegar a los 1.000 euros en casos de ciertos dentistas reconocidos. Ello es debido a que en el segundo tratamiento no sólo interviene el odontólogo, sino también el personal de laboratorio encargado de modelar la lámina. Además, los materiales usados en este caso son más costosos.